Un samurai es un guerrero, un defensor de ciertos principios, ideas o afectos, incluso cuando ninguno de ellos permanece en pie. Su lucha, su voluntad de sobreponerse y seguir, es siempre algo extemporánea; la sociedad cambia más rápido que el artista como samurái, que es chileno y tiene un nombre: se llama Carlos Bogni. Haciendo uso del retrato como metáfora del estilo y el ensayo, Federico Galende exhibe su figura recortada contra los rieles del subsuelo en Nueva York o frente las luces de un televisor encendido hasta el amanecer. Y allí observa el destello de una ética del arte y una estética de la vida: la de quien, en todo caso, prefiere perderse, como los pájaros, en lo ancho del cielo.